lunes, mayo 19, 2008

Mi casi Manuelcito

Se casaron a fines del 57. Para comienzos de la nueva década, Manuelcito corría desbocado de aquí para allá con sus piernitas minúsculas, recorriendo todas las salas de la casa; y Jorge todas las noches hacía intentos de sintonizar una emisora con la Spica, su flamante chiche.

Rosa era feliz, o decía serlo. Lo cierto es que en algunas ocasiones, la expresión de su rostro deslizaba una fugaz mueca de insatisfacción. Nunca le pregunté por qué, ni aún entre hermanas era algo correcto, aunque creo que si lo hubiese hecho, ciertas cosas entre nosotras hubieran cambiando sustancialmente. Tampoco volvimos a hablar sobre el casamiento, no después de la discusión de esa noche, cuatro primaveras atrás. En esa época, callar era algo de costumbre. Hacer que no pasaba nada, el lema. Y debíamos respetarlo a rajatabla, como un acuerdo pactado en silencio, porque sino aflorarían demasiados conflictos de esos que no resolvimos cuando era momento.


Después del casamiento no volví a estar con alguien, había decidido que ya nunca me tocaría hombre alguno ni yo a ellos. Me habían descorazonado de una manera demasiado dolorosa como para volver a creer en el amor.

Y Manuelcito, casi mi Manuelcito.

La vida juega reveses crueles. Yo, la mayor de las hermanas, me había convertido en la tía solterona, cuando debía ser la madre que nunca tuve la oportunidad de ser. Sería por eso que quise tanto a Manuelcito como mío, porque casi, si Rosa no hubiera sido tan pueril, hubiese sido mi hijo.


Otros tantos años pasaron. La cara de Rosa mostraba esa mueca de insatisfacción con mayor periodicidad, mientras que con una indulgencia fingida perdonaba las infidelidades de Jorge. Las que descubría, claro, que eran más bien las menos.

Y yo me preguntaba, qué esperaba mi hermana de un hombre así, si justamente con ella me había jugado la misma mala pasada a mí.

Sé que ella se jactaba, secretamente, de ser la única, la carcelera. Que las otras eran meramente las otras y que ella era la que siempre quedaba hasta el final. Porque, creía, no había quien de las otras, hiciera las cosas que ella consideraba sus logros. No había quien preparara las cenas, ni atendiera al retoño de los dos, ni durmiera más de dos meses consecutivos con el trofeo en cuestión. Porque, lo que encendía y quemaba desde la profundidad del espíritu de Rosa, era ese ánimo casi desquiciado y ciertamente descarnado de competir con todo y contra todos. Nadie salía indemne de esa locura posesiva. Ni yo, y no se cansaba de decírmelo con esa mirada instigadora: “Mirá lo que te arrebaté, María, no sos mejor que yo, no podés competir conmigo”.


Sin embargo, esa expresión de insatisfacción se acrecentaba y yo no era capaz de comprender la causa. Si Rosa tenía su trofeo, tenía al hombre arrebatado, ¿por qué no era plenamente feliz? ¿Qué más ambicionaba?

Una noche de invierno hubo una reunión en casa de Jorge y Rosa. Fue allí donde lo noté; en toda la velada, esa expresión tan repetitiva no se mostró ni por un momento en su rostro. Entonces me di cuenta, que únicamente estando a solas conmigo era cuando afloraba toda su insatisfacción. Como si yo fuera su confesor secreto, era solo a mí a la que se lo demostraba. Precisamente a mí, con todo lo que había pasado entre nosotras, ¿por qué lo hacía?. De pronto entendí, yo tenía un enorme y terrible poder sobre Rosa. Yo era su juez, y esa insatisfacción no era aquello sino una especie de anhelo en busca de un perdón, un perdón que estaba en mí dar o negar.


Ya teníamos una vida encima y Manuelcito se había convertido en el señor Manuel, padre de cuatro niños hermosos, cuando Rosa vino a verme un día. Entre balbuceos, y con la cabeza cabizbaja me pidió ese perdón que tanto había anhelado pedirme, pero que tanto se había negado a decir.

-Rosa- le dije, -te perdonó por tu estupidez, pero no por tu crueldad.

Se fue de mi casa entre llantos postergados por años. No hubiese podido decir si estaba feliz o triste de lo sucedido, pero sabía que eran inevitables las palabras que le había dicho.


La muerte me avisó un día que iba a llegar de un momento para el otro. La esperé sentada en mi silla preferida, la que daba a la ventana del jardincito, con una sonrisa en los labios. Estaba feliz, me iba de viaje.

El día de mi muerte, mi Manuelcito fue el único que acudió a despedirme y me deseó buena suerte.


miércoles, junio 07, 2006

El niño que soñaba

Hubo una vez un niño que soñaba. Recordaba sus sueños, aunque algunas veces no pudiera explicarlos, había una imagen en su ser que no se borraba durante todo el transcurso del día hasta volver a tan bello reino.
Hubo una vez un niño inocente que soñaba y disfrutaba haciéndolo. Ese era su mundo y nadie más lo conocía.
Poco a poco fueron pasando los años y el niño fue creciendo en medio de ese ambiente casi irreal. En algún momento surgieron cuestionamientos dentro de él, intenciones de llevar el sueño como una filosofía de vida. De realizarlo, y para ello necesitaba darle forma, ampliarlo en todo su entorno, volverlo factible. Entonces, el niño, ya no tan niño, contó su sueño a todos los que veía frente a sus ojos y también, frente a sus ojos, vio como ese sueño caía destrozado ante la incomprensión cruel y perversa.
Entonces el niño juntó los fragmentos dispersos por el suelo, mezclados con sus lágrimas y su resto de inocencia, y los guardó en una caja de cristal muy dentro suyo, donde nadie pudiera verla, donde nadie pudiese lastimarlo. En ese momento tal vez creyó hacerlo para resguardarlos…pero luego simplemente los olvidó, tan despacio, tan gradual que nunca fue capaz de notarlo.
El tiempo, cosa impuesta y maniática, nunca se detiene, y el niño devino en un hombre.
Un hombre que alguna vez recordaba haber tenido algo parecido a un lugar maravilloso solo para él. Pero al instante le echaba más y más pensamientos a ese recuerdo incorrecto con la finalidad de taparlo. Porque…¿Cuándo él había vivido en un lugar así? Nunca, su vida siempre estuvo plagada de obligaciones y responsabilidades y preocupaciones. No existía un lugar así, no, definitivamente. Y en el fondo tenía miedo. Miedo de estar volviéndose loco, tenía miedo de contar eso que veía y que le hagan un vacío social por considerarlo rarito. Porque eso sí lo había vivido y lo recordaba. Siendo más chico, entre sus compañeros de clase y él había un vacío. Siempre lo burlaban, pero no recordaba por qué habían empezado a hacerlo. Y también recordaba el esfuerzo de integrarse al grupo, de ser uno más, de pertenecer, sólo para sentirse seguro y tener un cierto status en el estrato social al que querría corresponder. Para ser como ellos debía actuar como ellos, así que fue él quien comenzó a burlarse de los raritos al mismo tiempo que el grupo empezaba a tomarlo en cuenta. No, definitivamente no iba a perder su reputación y su postura por arriesgarse a contarle a alguien ese recuerdo inexistente. Además, lo estaba logrando. Esa visión cada vez aparecía con menos intensidad y más paulatinamente. Confiaba en que prontamente dejaría de turbarle, y para lograrlo cada vez que aparecía lo ignoraba con empeño.
No iba a echar por nada la comodidad que poseía, lo que él consideraba que había sido un sacrificio de su duro esfuerzo y trabajo para lograr ser quién era. Porque, después de todo, él era una gran persona, siempre era el primero en dar las primicias de los diarios, siempre tenía tema de conversación en las reuniones, ya sea hablando de la incapacidad de adaptarse de algunos sujetos a los que consideraba débiles, de la supervivencia del más fuerte o de sus conquistas sexuales, entre otros temas; él siempre se destacaba. Se llenaba la boca hablando de temas importantes, como los partidos de fútbol, las reuniones en los lugares de moda, la mujer del jefe, lo mal del trabajo, la política y el país. Memorizando una y cien veces citas de libros que a veces ni siquiera comprendía, pero sabía que eran impactantes en los encuentros con personas a las que deseaba impresionar. En el fondo despreciaba y desvalorizaba a la gente, creía ser él el único inteligente. Pero a su vez necesitaba de ellos para no perder su calidad de pertenencia.
Un día del caprichoso tiempo fue que nos cruzamos. Lo conocía desde niños y recordaba el día que él había decidido contar sus sueños. Yo no había estado allí, cuando tomó la decisión, pero las palabras pueden ser más veloces que un río y me enteré poco después, escuchando como una y otra vez se desquitaban hablando de la locura del niño soñador. Siempre lamenté no haber podido estar allí, al menos para ayudarle a recoger los pedazos quebrados y dispersos.
-¿Seguís soñando?- Le pregunté con una sonrisa.
Me miró indiferente. - ¿Qué es un sueño sino una ilusión, una mentira?
Sí, le enseñaron bien. Aprendió a tener miedo de sus propios sueños, a olvidarlos. Aprendió a tener miedo de sí mismo. Cosa mala, cosa loca. Censurala, erradicá eso que no es bien visto.
-Había lugares hermosos en tus sueños, querías vivir allí, querías volverlo real.
Y aquí la indignación en su porte. Y su mirada furibunda, se había sentido descubierto, tocado, debía atacar lo que hacía peligrar su renombre – Nunca tuve esas cosas de las que hablás, eso es cosa de locos. La vida hay que vivirla como se debe, no perdiendo el tiempo en cosas estúpidas. Yo creo en lo que veo y lo que veo es que estoy gastando tiempo acá, tengo obligaciones que cumplir.
-Es una lástima que optaras por guardar tus sueños con el paso del tiempo, me hubiese gustado ayudarte a recomponerlos, y darte de los míos, en caso de que los necesitaras para llenar los espacios vacíos hasta que los tuyos se hubiesen curado.
No me contestó, solo dio la vuelta y se fue hacia lo gris.
Me senté en un banco que daba frente al río, envuelta en el rumor de las aguas. Y mientras éstas susurraban a mis espaldas, veía pasar pies yendo y viniendo, sin detenerse, a paso apurado y tenso. Pies de niños que, antes, hace muchísimo soñaban con lugares maravillosos. Pies que ahora llevaban seres devenidos en hombres y mujeres adultos. Hombres y mujeres correctos, viviendo como se debe.

martes, junio 06, 2006

Palabras, hermosas espinas

Hola día, aquí estoy para que te clavés dentro mío, como tantas veces lo has hecho, como una más lo harás.
Me pregunto....me pregunto qué es lo que preparás hoy para mí, cuáles son las artimañas que deberé sortear y los artilugios con los que intentarás engañar mis cansados ojos.
Si supieras, día, cuantas veces me has hecho llorar. Pero, oh, olvido. Vos sabés, pero también ignorás, tenés esa ambigüedad incuestionable.
Y aquí estoy, día. Adelante, clavate en mi carne, en mis entrañas.
Pero antes dejame respirar profundo sólo una bocanada más.

domingo, junio 04, 2006

Círculo imperfecto

Nunca me gustó la perfección. Tampoco me gusta la palabra. La siento vacía, la siento ajena.
En el afán de perfección nos perdemos nuestros pensamientos inconclusos, nuestras mentes retorcidas, nuestros sentimientos deliciosos, nuestras lágrimas agrias.
¿Qué es la perfección? ¿Por qué tantas veces nos esmeramos por lograrla, dejándonos a un lado hasta a nosotros mismos?
¿Acaso cuando encontramos esa perfección aparente es que en realidad somos felices?
No lo creo, dejando todo detrás por esa incesante búsqueda, cuando la culminamos no hay nada mas que vacío delante de nuestros pies y vacío detrás de ellos.
Perdemos todo en pos hallar de una esfera hueca y dentro de la esfera pasamos a ser nada más que una cáscara que envuelve la nada.


Me quedo mirando el mundo con mis círculos imperfectos, sabiendo que todavía puedo ver mi reflejo en un charcho de agua.....

domingo, mayo 28, 2006

Una visión

Un pequeño cuento.....

-No me dejo ver, no me dejo ver! - Retumbaba su voz - Todo en lo que creas no existe en realidad.
Su risa reverberando en mis oídos....hasta eso era un imposible. No! No podía ser así! Aquello si existía, ella existía también.
Yo creía en esa pequeña y en su risa y en sus ojos. En toda ella. Podía darle forma y reconocerla hasta en la oscuridad mas absoluta.
Vislumbré, aún sin saberlo, con mente confusa e ideas dispersas....tal vez sería uno de sus tantos juegos.
-No me dejo ver! Sos capaz de encontrarme aun estando ciego? - Otra vez sus palabras que me despegaban de la realidad, como un adhesivo del papel que lo resguarda. No tuve miedo por ello, pero fue extraño, como cada vez que ella lo hacía. Era nuevo una y otra vez, y nunca lograba acostumbrarme, justo como un sueño.
Tan hermética y tan críptica, siempre preguntándome pero nunca contestando en claro. Siempre haciéndome desear un poco mas de lo que me dejaba en cuentagotas. Sonreía siempre, aunque ocultase tanto, pero lo que ella desconocía era que entre sus encías se escapaba parte de su ser y se hacia visible a quien quisiera verla mas allá de un reflejo tintineante (cosa que para la mayoría era, solo una lucecita fugaz y distante).
-Seguís sin encontrarme? Tan ciego te sentís? - Inquirió burlona.
-No estoy ciego, sólo que no veo como desearía hacerlo - Le contesté.
No contestó, solo oí un susurro, una risa tal vez? Una huella? Acaso premeditado? Acaso sin querer?
Sus laberintos retorcidos me habían perdido una vez más. Me senté contra una de las paredes del lugar sin salida donde había quedado. Todo aquello era cálido, como un amanecer. Quieto, casi inerte, intenté buscarle una solución al enigma con el que ella me desafiaba. Repasé una a una sus palabras y destaqué dos, ella solía jugar con los sentidos y los significados, haciéndome caer una y otra vez en sus desvaríos. Crear....realidad....que relación podía tener esto con encontrarla?
A que le temés? - Le pregunte.
En este momento al desasosiego - Contestó desde algún lugar.
No conseguía verla, ella tenía razón, o tal vez sus palabras me habían condicionado, estaba ciego. Y otra vez sus juegos y vaivenes de palabras. Sólo si le pedía una respuesta clara ella respondería transparente como el agua. Pero no quería eso ahora, quería salir como había entrado. Llámenle orgullo, yo le llamo diversión.
-No temés estar ciega?
-Aun ciega sabré de que fuente he de beber y de cual no. Quién sabe si no estoy ciega desde hace ya tiempo.
Mi mente no podía hilar pensamientos, mi corazón estaba acelerado. Sus preguntas y respuestas en apariencia no conducían a ningún lado, aunque sabía que no era así, que tenían relación, pero estaba tan confundido que no podía enfocar toda mi persona hacia el mismo punto. Sus palabras....crear (o creer tal vez...) y realidad, era lo único que veía claro.
La luz apenas despuntaba y casi todo era penumbras, pero, en realidad aquello existía físicamente? Mis estados, mis percepciones, mis pensamientos y sentimientos existían físicamente? Claro que no, no era la realidad "conocida", era lo que habíamos creado para la ocasión, lo que estaba creyendo en ese momento. Y entonces comprendí el doble juego de sus palabras. Tenía los ojos cerrados porque nunca había querido abrirlos.
-No me dejo ver - Dijo una vez más.
-Yo puedo verte.
-Donde estoy? - Pregunto ella expectante. Supe que sonreía, supe que ella sabía lo que yo sabía y supe todo lo que ella sabía como si fuera un saber propio.
-Frente a mí.
-Así es - Dijo ella en un susurro, mirándome a los ojos. Allí donde nunca antes había visto con detenimiento estaba ella. Siempre había estado. Sentada frente a mí, esperándome pacientemente. Mis ojos se habían abierto, podía contemplarla. La abracé, sintiéndola como lo que era, vida.
-Volverás a no dejarte ver? - Le pregunté sintiendo su respiración sobre mi hombro.
-Sólo si te olvidas de vos mismo y de mí.
Y afuera, el día destellaba, ya no había laberintos que me impidiesen verlo.

miércoles, mayo 17, 2006

Ataduras

Encontré una cadena de plata hace no mucho.
Y ahora la llevo en mi mano derecha,
sin saber por qué lo hago,
solo atándome hacia algo desconocido para mí.
Algún tiempo atrás escribí
que algunas cadenas pueden liberar.
Si es que en realidad liberan,
qué es lo que dejan libre?
Los sueños vividos hace instantes incomensurables
vuelven a mí, forman un sentido.
Luego de tanto tiempo, tienen relación.
Encontré una lágrima de plata hace no mucho.
Y ahora la llevo sobre mi mejilla izquierda,
sin saber por que lo hago,
solo doliendo por algo demasiado conocido para mí.
Encontré palabras que no debía haber buscado.
Y ahora las llevo clavadas como espinas en mi pecho.
En cada movimiento se quiebran y desgastan.
En cada movimiento se hunden y desgarran.
Y ahora,
en la tormenta con que la vida besa a los locos.
Me encuentro sin ser encontrada.
Me pierdo sin siquiera notarlo.
Estoy inestable, estoy inconexa.
Me faltan mis partes, perdí el equilibrio.
Y adonde voy ahora?
Simplemente no lo sé y me dejo ir...
En este momento mis fuerzas para buscarme
huyeron debajo del umbral.
Así que estoy sola, caminando por inercia,
un paso mas....
un paso mas....

viernes, mayo 12, 2006

Nada, nada, existe en el mundo que sea producido por la casualidad. Tengamos o no comprension de los hechos que suceden, todo tiene un por que . Y puede que vivir no sea algo extraño, simplemente es que nosotros no estemos acostumbrados a hacerlo, y por ende, seamos inexpertos.

Insertar título aca....No title, no title!

Los seres luchan por sus ideales, cada uno desde su convicción. Aquellas convicciones que he visto ser nobles, a pesar de vivir en un mundo opresivo son las que más respiran. Me alegra ver que no soy la única que lucha a destajo contra un modo de vida impuesto ajeno a mí. Aún algunos a pesar de ser algo pesimistas, tienen esperanza y luchan. Cada uno en su puesto de combate, haciendo, actuando segun pueda o sepa hacerlo. Utilizando las herramientas a disposicion, intentando incentivar, burlandose del gran hermano en sus propias fauces.
Uno a uno todos vamos enfrentándonos al miedo, al miedo a hablar abiertamente, al miedo a ser nosotros mismos. Sí, este sistema actual es una represión, pero una represión fría, sólo con palabras y aspectos ocultos. El miedo no es ficticio, el miedo a este sistema es bien real, pero no hay que dejarlo crecer en nosotros, hay que superarlo, enfrentarlo. En este sistema no hay hechos físicos, no hay violencia física, hay violencia psíquica, que es aún más dolorosa y traumante. Pero aún en este entorno hóstil, a pesar de ser pocos he visto a algunos. Luchando, sobreviviendo, disfrutando el pelear por lo que pelean, por sus ideales. Siendo ellos mismos. Algunos recien empiezan, otros lucharon toda su vida y lo siguen haciendo, otros se dieron por vencidos, pero en su lucha hicieron grandes cosas en forma de pequeñas.
Si, los he visto. Son personas normales, son como vos o como yo. No importa que color de piel tengan, no importa su sexo, su nacionalidad. No importan sus adquisiciones materiales. En el seguir los ideales se pierden esta clase de distinciones pues realmente no importan.
Ellos luchan, con tenacidad, siempre respetando sus orígenes, siempre enarbolando su ideal. Todos los días en sus vidas hasta en lo más nimio se exponen, dejan traslucir su filosofía. Son personas normales, pero algo los destaca. Quieren vivir, vivir verdaderamente, y por ello piensan, cuestionan, buscan. No siguen una corriente, tratan de formar su cauce.
Este fue un disparador. Abrió mi persona en mil partes, pero en vez de fragmentarme me hizo mas unida. Me hizo alguien íntegra. Las cosas no suceden por casualidad, y todo lo que vivimos es una concatenación de hechos que tienen un motivo más allá del aparente.
Un engranaje...
Todos los que luchan comienzan a mover un pequeño engranaje que el gran hermano pretende olvidar. No se a que maquinaria pertenece ese engranaje, pero él le teme. Y el temor del gran hermano es nuestra fortaleza.
Querés ver? Yo no puedo mostrarte, sólo puedo decirte lo que mis ojos ven. No soy la única, ni la última, ni la primera que creyó más allá de lo "visible", de lo impuesto, y decidió ver. Sólo soy quien está dejando estas palabras, mi visión.
Querés ver?
Para empezar a ver simplemente hay que abrir los ojos.